Melody, tras despedirse de algunos seres queridos brvemente, llegó al puerto. Allí estaba atracada su bonita aunque reducida nave. Como mucho podrían vivir en aquel navío unas cuatro personas, pero aquello no le importaba ya que tener una tripulación no era lo que más le importaba.
El barco, prácticamente desnudo, tenía una sirena como mascarón de proa, y la cocina, dormitorios y demás se encontraban en la popa.
Melody sonrió ante la visión de aquel barco. En él viviría sus aventuras en los siete mares, o al menos eso creía.
Se subió a su barco por una tabla de madera que luego dejó caer.
Antes de levar el ancla, no sin esfuerzo, dedicó a su isla una última canción de despedida.
Pudo ver como brillaba la bola de discoteca que tan bien conocía y como los habitantes la despedían, algunos con lágrimas en los ojos.
Zarpó de aquel lugar con orgullo, sabiendo que toda una isla esperaría impaciente su regreso.